lunes, 19 de julio de 2010

Paco Yunque


INTRODUCCIÓN

Paco Yunque es una pequeña obra maestra, cuento, del escritor peruano César Vallejo, donde con algo de sutileza presenta las diferencias de clases en el Perú. Paco Yunque (hijo de un campesino) es un criado maltratado por Humberto Grieve (cuyo padre representa la oligarquía, gente de gran poder político y económico), mientras el otro Paco (Fariña) es un defensor de clase, que trata de remediar la injusticia; mientras el maestro (que representa a la clase media, intelectual) se muestra servil ante el poder. Así articula Vallejo su relato con un final abierto, que el califica como un “cuento triste”, que mueve, tanto a la compasión, como a la solidaridad con el mellado niño, cuyo apellido es más que metafórico, pues es en el Yunque, donde se estrellan los golpes más duros, pero allí también puede templarse el acero del carácter.

I. DATOS DE LA OBRA

•Obra: Paco Yunque

•Género Literario: Narrativo Especie: Cuento

•Argumento

Paco Yunque es un niño de origen andino que llega a la ciudad para servir de compañía al hijo de sus patrones. Cuando su mamá lo lleva al colegio se asusta de ver tantos niños gritando, jugando, algunos niños le preguntaban como se llamaba, cuando tocó el timbre para entrar al salón, 2 niños llamados los hermanos Zuñiga lo llevaron a su aula y lo dejaron en medio del salón, llega el profesor y ordena sentarse, todos se sentaron menos Paco Yunque, el profesor le pregunta su nombre y le sienta junto a un niño de su tamaño, él le dice “yo también me llamo Paco, Paco Fariña”, pero Paco Yunque estaba aturdido. Después de un buen rato llegó Humberto Grieve el hijo del alcalde del pueblo, el profesor le pregunta por qué a llegado tarde a lo que responde que se había quedado dormido, el profesor solo dice “que sea la ultima vez que llega tarde Grieve pase a su sitio”; más tarde llegó el hijo de un albañil, porque su mamá estaba enferma, su papá estaba trabajando y tuvo que atender a su hermano, y el profesor lo castiga, a lo que Paco Fariña dice “pero profesor Grieve también a llegado tarde y usted no lo a castigado”.

El profesor habló en clase sobre los peces y Humberto Grieve decía que los peces podían vivir en su salón porque el tenía mucha plata, todos los niños se ríen y dicen que miente, luego el profesor deja una tarea para después de recreo y mientras escribía Grieve jaloneaba a Paco Yunque, Paco Fariña le decía al profesor, cuando el profesor preguntaba todos se quedaban callados porque sabían que Grieve les pegaría a la hora de la salida.

Llegó el recreo y todos guardaron sus hojas, Grieve arrancó la hoja de tarea de Paco Yunque y salio al recreo, le obliga a Paco Yunque a jugar lingo y cuando Grieve saltaba le daba patadones haciéndolo llorar, entonces Paco Fariña se mete a defender a Paco Yunque iniciando una pelea entre ellos y más chicos del colegio, terminó el recreo y todos entraron a clases. El profesor pidió los trabajos, Humberto Grieve presenta el trabajo de Paco Yunque como suyo, llega el director y el profesor le dice que Humberto Grieve es el mejor alumno mostrándole el trabajo que había presentado, el director felicita a Humberto y lo pone de ejemplo ante sus compañeros. El profesor le pregunta a Paco porque no ha presentado su hoja y él se quedo callado con la cabeza agachada llorando desconsolado.

•País en que se escribió el cuento: España

•Época en que ocurren los hechos: Época republicana, cuando estaba en apogeo la construcción de ferrocarriles

•Personajes principales por orden de importancia

Paco Yunque.- Niño de origen andino que llega a la ciudad para servir de compañía a Humberto Grieve y es maltratado por éste.

Humberto Grieve.- Niño rico, hijo de los patrones de Paco Yunque, creía que todo lo podía conseguir con dinero y maltrataba a los demás.

Paco Fariña.- Compañero de clases de Paco Yunque y Humberto Grieve, no le temía a Humberto Grieve y no le gustaba la forma en que trataba a los demás, defendió a Paco Yunque en varias oportunidades.

Profesor.- Era un señor de pescuezo colorado, su nariz parecía moco de pavo, hacía diferencias entre sus alumnos por motivos de influencia y dinero.

Antonio Geldres.- Hijo de un albañil, su mamá estaba enferma y debía cuidar a su hermanito por lo que llegó tarde a clases.

Hermanos Zúñiga.- Compañeros de Paco Yunque, trataban de hacerse amigos de él.

Director.- Persona que dirigía el colegio, parecía estar enojado, muy serio.

Literatura Romana

Literatura Romana

Surgen en Roma los escritos en prosa, muy acordes con el carácter romano, con un fin eminentemente práctico, por la necesidad de establecer y regular las relaciones con los dioses y con los hombres. Para la relación con los dioses surgen las plegarias, llenas de pragmatismo, en las que se pide protección sobre las cosechas, sobre la familia, etc. Las relaciones con los hombres se regulan y establecen mediante los documentos, tratados y leyes.

RÓMULO Y REMO

Según la leyenda, Roma fue fundada en el 753 a.C. por Rómulo y Remo, los hermanos gemelos hijos de Rea Silvia, una virgen vestal. Rómulo y Remo fueron abandonados para que se ahogaran en las orillas del Tibes. Allí los encontró una loba, que se los llevo amamanto y crió. Ya adultos, los hermanos regresaron al lugar donde habían sido abandonados y allí fundaron la ciudad de Roma.

VIRGILIO

Nació en Andes, pueblo cercano a Mantua, el año 70 a. de Jesucristo y murió en Brindis el año 19 del mismo siglo. Poeta épico y bucólico, se le considera el príncipe de los poetas latinos. Entre las varias obras que se conservan de Publio Virgilio Marón destacan las Eglogas o Bucólicas y, sobretodo, la Eneida, poema heroico síntesis de la Iliada y la Odisea de Homero, escrito con el genio original del gran poeta latino.

LA ENEIDA

Es la gran "epopeya nacional romana". Consta de doce libros y está inspirada en las dos grandes epopeyas homéricas:los seis primeros libros se inspiran en La Odisea, con el relato de los viajes de Eneas desde Troya a Italia, los seis últimos imitan a la Iliada, con las guerras que Eneas lleva a cabo hasta hacerse con el reino del Lacio.

La narración de los cuatro primeros libros no es cronológica, comienza a serlo a partir del libro V, cuando Eneas llega a Italia y las guerras que allí emprende hasta dar muerte a su principal enemigo, el cudillo Turno.

Virgilio pretende con su Eneida la "glorificación de Roma". Eneas, el héroe legendario del que desciende Rómulo , fundador de la ciudad, es hijo de un mortal, Anquises, y de la diosa Venus, luego los romanos descienden de un linaje de dioses.

Virgilio quiere asumir en su poema todo el pasado de Roma, con sus instituciones y sus hombres más ilustres, y a la vez presenta incluso a sus coetáneos, glorificando a Augusto y a su familia, la familia Julia, a la que hace descender de Julo, el hijo de Eneas.

El poema de Virgilio tiene como precedentes el de Nevio y , sobre todo, Los Anales de Ennio. Pero La Eneida, frente a estas epopeyas primitivas , se convirtió en la obra popular y nacional,"por la combinación armoniosa de los elementos de la ficción y los de la realidad".

La Eneida es la obra cumbre de la poesía romana. Revela en el autor un profundo conocimiento de todo el pasado histórico y literario griego y romano.

MARCO TULIO CICERÓN

Nació en la ciudad de Arquino en el año 106 a.C. A los 27 años inició un viaje a Atenas, Rodas y Asia Menor para estudiar retórica y filosofía. Luego volvió a Roma y contrajo matrimonio con Terencia, emprendió su carrera política y decidió seguir la abogacía. Así fue como fue elegido cuestor en Sicilia y gracias a uno de sus discursos contra el expoliador de los sicilianos fue inmortalizado como uno de los mejores oradores que ha existido en los tiempos de la latinidad.

Otro de sus grandes éxitos fue en el año 75 a.C. cuando fue proclamado cónsul. Su consulado se distinguió a partir de la conjuración de Catilina.

Con la grave crisis política que sufría Roma en el año 60 a.C. Cicerón se vio obligado a exiliarse ya que todos sus bienes fueron confiscados y su hogar destruido.

Al volver a Roma, estaba rodeado de popularidad y gratitud por parte del pueblo. Tan es así que en el año 51 a. C fue elegido procónsul de Turquía.

Luego de tener una adversidad con César, logra que este lo perdone y decide retirarse a su villa de Túsculo para dedicarse a pleno a las letras y a la filosofía.

Tras el asesinato de César, Cicerón se embarcó rumbo a Grecia , ya que Marco Antonio lo consideraba como uno de los cabecillas de la conjuración. Pero su ausencia no se prolongó demasiado; a su pronta vuelta pronunció contra Marco Antonio las 14 Filípicas, discursos muy fuertes que irritaron a éste. Nuevamente Cicerón huyó de Roma pero durante su embarcación a Iliria un viento en contra lo devolvió a tierra, donde fue tomado prisionero y asesinado, en el año 43 a.C.

La incesante actividad intelectual de Cicerón dio de sí una extensa producción literaria que podemos dividir, atendiendo a su contenido temático, en cuatro grupos: discursos, obras retóricas, obras filosóficas y cartas.

OVIDIO

Nació en Sulmona, cerca de Roma. Educado para seguir una carrera política, destacó notablemente en el arte de la retórica, pero su genio era esencialmente poético y dedicó la mayor parte de su tiempo y energía a escribir poesía. Tras heredar la propiedad de su padre, Ovidio se trasladó a Atenas para completar su educación. Posteriormente viajó por Asia y visitó Sicilia. A la edad de treinta años, Ovidio se había casado tres veces y divorciado dos. Se le atribuyen numerosas amantes. Los detalles de sus romances se relatan en Amores, una serie de poemas que hablan de las diversas fases por las que pasaron sus relaciones con una mujer llamada Corina (que probablemente encarna la síntesis de varias figuras femeninas). Su vida privada fue la de un hombre de letras libre de preocupaciones, adinerado y en cierto modo libertino. En Roma, donde residió hasta cumplir los cincuenta años, se relacionó con la sociedad más distinguida de la ciudad, incluido el propio Emperador Augusto. Sin embargo, en el año 8 d.C. Ovidio fue desterrado a Tomis (hoy Constanza, Rumania). Según el propio Ovidio, uno de los motivos de su destierro fue la publicación del Ars amatoria, un poema sobre las artes amatorias demasiado exaltado para el gusto del emperador, que se proponía emprender diversas reformas morales. Pero probablemente esto no fue más que un pretexto, puesto que el poema llevaba ya diez años en circulación. Otra de las razones, nunca revelada por Ovidio, pudo haber sido su conocimiento del escándalo en el que estaba involucrada la hija del emperador, Julia. Pese a todo, Ovidio no perdió su ciudadanía y nunca abandonó la esperanza de ser repatriado, como manifiesta en los numerosos poemas que escribió para sus amigos durante su exilio en Tomis; pero tanto sus expectativas como las de sus amigos resultaron vanas. Ovidio murió en Tomis, tras ser nombrado ciudadano de honor de esta localidad.

QUINTO HORACIO FLACO.

Personalidad. Nació en Venusia, hijo de un liberto que se preocupó de que su hijo recibiera una esmerada educación. Estudió en Roma a los poetas arcaicos en la escuela de Orbilio y más tarde en Nápoles (igual que Virgilio) la filosofía epicúrea. Marchó a Atenas a ampliar estudios según la costumbre de la época y allí le sorprendió la guerra civil entre los republicanos Bruto y Casio y los herederos de César, Marco Antonio y Octavio. Alistado como tribuno militar en el ejército republicano, asistió a la derrota de Filipos donde huyó arrojando el escudo como en otro tiempo hiciera Arquíloco de Paros.

Después del perdón concedido por Augusto regresó a Roma, donde en el año 37 fue presentado por Virgilio a Mecenas del que no se separó hasta su muerte. Mecenas le consiguió un empleo de escribiente del Tesoro y le regaló una finca en la Sabina, con lo que el poeta, libre de toda preocupación económica y sin desmedidas ambiciones, pudo dedicarse tranquilamente al cultivo de la literatura. Horacio, como buen epicúreo, se mantuvo alejado de las actividades políticas y cargos públicos durante toda su vida; murió pocos meses después de su gran amigo y protector Mecenas.

ÉPODOS

Los Épodos, llamados por Horacio Iambi, fueron escritos en el intervalo que media entre la batalla de Filipos (42) y la de Accio (31). El modelo griego de los épodos es Arquíloco de Paros (VII a.C.), creador del ritmo yámbico. Horacio adopta la estrofa yámbica, en la que un verso más largo se añade a otro más corto y mezcla también ritmos dactílicos y yámbicos.

ODAS

Las Odas, que Horacio llamó Carmina, se recogen en cuatro libros, de los cuales los tres primeros vieron la luz en el 23 y el cuarto muchos años más tarde. Es la obra de madurez de Horacio, que recrea a los clásicos griegos Safo, Alceo, Anacreonte, Baquílides y Píndaro, frente a los poetae novi que siguieron modelos helenísticos. Aunque existe el antecedente de Catulo se puede afirmar que, en las Odas, Horacio adapta definitivamente los versos eólicos, propios de la poesía lírica, a la métrica latina. Los cuatro libros de Odas suman en total 103 composiciones de variada temática: patrióticas, eróticas, morales, de la naturaleza…

sábado, 17 de julio de 2010

El Matadero


El Matadero

Inscrito en una época que sirvió de marco a la pujanza del romanticismo americano, El matadero no puede considerarse como exponente de este movimiento literario. El cuento, uno de los mejor logrados de la narrativa latinoamericana, presenta en su composición elementos del enciclopedismo francés del dieciocho (ironía, anticlericalismo, rebeldía) y constituye un esbozo de las tendencias que marcarían en el futuro las creaciones literarias de estos territorios (realismo, naturalismo, modernismo, criollismo) no exentas de influencias externas, pero asumidas por nuestros escritores con particularidades que las dotaban de identidad propia.
El cuento todo es una gran metáfora anunciada por su título. La Argentina dominada por Rosas, sanguinario dictador, es a equiparada con el matadero a donde van las reses indefensas a su encuentro con la muerte.
Esteban Echeverría divide la magistral narración en dos partes: la primera, que reconstruye para el lector con minucia casi cinematográfica el ambiente del matadero, incluido su funcionamiento, sin obviar detalles crudos o desagradables a los espíritus sensibles habituados a las historias románticas. La segunda parte conduce al lector a través de un Buenos Aires desolado y cubierto de sangre; el Buenos Aires de Juan Manuel de Rosas y sus secuaces quienes no vacilaron en convertir su nación en un matadero en aras del poder. Los miembros del Partido Unitario, al igual que las reses, eran degollados por los matarifes del dictador, y muchos, entre éstos la Iglesia, guardaban un silencio cómplice ante las atrocidades que se cometían. La parte inicial del relato, en la que el autor (a la manera de Voltaire) alude al tema del consumo de carne en cuaresma, compromete tácitamente a la Iglesia argentina con el sufrimiento de su pueblo. Existen lazos que estrechan la relación Iglesia-matadero-Gobierno y éstas pasan de latentes a manifiestas en el relato que acusa de modo directo.
La narración alcanza su clímax en una escena final: un unitario es exhibido por las calles de Buenos Aires, desnudo y maltratado, sangrante, atado por las extremidades a una plancha de madera. El espectáculo es deplorable, pero nadie se levanta contra los mazorqueros (federales). 'Matasiete', siniestro personaje, asesino y cruel comanda el teatro que pretende ser escarmiento para la población.
La víctima logra desatarse, pero no escapa; muere desangrado bajo las armas de los hombres de 'Matasiete' sin que nadie pueda evitarlo.
El episodio anterior está cargado de una fuerza simbólica tremenda: el Calvario de Cristo es equiparado al vivido por la víctima de la barbarie de los federales, más aún cuando todo ocurre en la víspera del viernes de Dolores.
'El matadero', por las características antes señaladas, se convierte en el precursor de la literatura verdaderamente latinoamericana. Su mérito es grande, máxime si se tiene en cuenta la inexistencia de cualquier otro antecedente similar. Para entender una historia hay que saber antes como fue la vida del autor, que situación estaba viviendo su país en esa época y saber que lo inspiró a hacer esa historia.

Frankenstein


Frankenstein (título completo: Frankenstein o el moderno Prometeo) es una obra literaria de la escritora inglesa Mary Wollstonecraft Shelley. Publicado en 1818 y enmarcado en la tradición de la novela gótica, el texto explora temas tales como la moral científica, la creación y destrucción de vida y la audacia de la humanidad en su relación con Dios. De ahí, el subtítulo de la obra: el protagonista intenta rivalizar en poder con Dios, como una suerte de Prometeo moderno que arrebata el fuego sagrado de la vida a la divinidad. Es considerado como el primer texto del género ciencia ficción.


ARGUMENTO:
La novela narra la historia de Víctor Frankenstein, un joven suizo, estudiante de medicina en Ingolstadt, obsesionado por conocer "los secretos del cielo y la tierra". En su afán por desentrañar "la misteriosa alma del hombre", Víctor crea un cuerpo a partir de la unión de distintas partes de cadáveres diseccionados. El experimento concluye con éxito cuando Frankenstein, rodeado de sus instrumentos, infunde una chispa de vida al monstruoso cuerpo. (Cabe señalar que el "Monstruo de Frankenstein", se le conoce en la cultura popular como Frankenstein pero en realidad en toda la obra dicho ser no posee un nombre real, tan sólo apelaciones como "ser demoníaco", "engendro", "la criatura", "horrendo huésped").

Víctor Frankenstein comprende en ese momento el horror que ha creado, rechaza con espanto el resultado de su experimento y huye de su laboratorio. Al volver a él, el monstruo ha desaparecido y él cree que todo ha concluido. Pero la sombra de su pecado le persigue: el monstruo tras huir del laboratorio, siente el rechazo de la humanidad y despiertan en él el odio y la sed de venganza. Tras un período de convalecencia debido al exceso de trabajo, y después de enterarse del asesinato de su pequeño hermano, William, Víctor regresa a su Ginebra natal con su familia y su prometida, sólo para descubrir que detrás del crimen está el furor de la criatura que él ha traído a la vida. La culpa de Víctor se hace mayor cuando permite que una amiga de la familia sea condenada y ejecutada, acusada del crimen.

Decide ir a la montaña para recuperar su decaído ánimo. Cerca del Montblanc se encuentra de nuevo con el monstruo. Éste le cuenta cómo aprendió a hablar espiando secretamente a una familia a la que ofrecía pequeños regalos en forma anónima, y cómo la familia le rechazó al descubrir su aspecto físico, rechazo que se repitió ante cada encuentro con seres humanos. Ahora, la criatura promete no volver a entrar en la vida de Víctor, pero le pide, como quien pide a su creador, que complete su obra y cree una compañera para él.

Su discurso y sus motivos son tan elocuentes que Víctor accede a la petición y promete crearle una compañera. En una isla de Escocia establece un nuevo laboratorio. Allí comienza de nuevo a experimentar. Pero sus remordimientos son fuertes y al final decide destruir la segunda creación antes de llegar a darle vida. Entonces el monstruo, que sigue de cerca los trabajos de Víctor, jura vengarse. Esta venganza tendrá la forma del asesinato de su mejor amigo Clerval y después, de Elizabeth, la prometida de Víctor en la noche de bodas de ambos, por todas estas muertes a su familia Alphonse, padre de Victor fallece.

Decidido finalmente a terminar con su creación, Víctor persigue a la criatura hasta el confín del mundo. Muere en un barco que le recoge entre los hielos del Ártico. Poco después de la muerte de Víctor, el barco es abordado por la propia criatura que termina de relatar sus motivos y triste historia al capitán. La novela termina con la confesión de la criatura de que pondrá fin a su miserable existencia: "No tema usted, no cometeré más crímenes. Mi tarea ha terminado. Ni su vida ni la de ningún otro ser humano son necesarias ya para que se cumpla lo que debe cumplirse. Bastará con una sola existencia: la mía. Y no tardaré en efectuar esta inmolación. Dejaré su navío, tomaré el trineo que me ha conducido hasta aquí y me dirigiré al más alejado y septentrional lugar del hemisferio; allí recogeré todo cuanto pueda arder para construir una pira en la que pueda consumirse mi mísero cuerpo."

La novela es narrada a través del diario del navegante Robert Walton durante su comunicación epistolar con su hermana Margaret. Finalmente la historia termina siendo el relato de Victor contado en las palabras de Walton


TEMATICA:
La novela se subtitula "El moderno Prometeo", sugiriendo de esta manera la principal fuente de su inspiración. Una de las obras favoritas de Byron era la obra teatral de Esquilo, y el propio Percy Shelley escribió sobre el tema. Prometeo también se presenta a veces como el escultor de la humanidad, un titán que, según explicaría esta leyenda, creó al hombre a partir de la arcilla. La novela no es una simple reescritura del mito clásico, ya que, a diferencia del titán, el moderno Prometeo no es castigado por los dioses, sino por su propia creación. En cierto sentido, el de Prometeo es otra elaboración del mito de diferenciación entre la humanidad y la naturaleza, por el conocimiento y la técnica, y el castigo que ello conlleva, y tiene conexiones con la idea bíblica del demonio. La descripción de la criatura realizada por Mary Shelley se nutre directamente del personaje de Satán en el "Paraíso perdido" de John Milton (uno de los hitos en la historia de la literatura británica, muy valorado por los intelectuales de principios del siglo XVIII).

En cierta forma Frankenstein es una alegoría de la perversión que puede traer el desarrollo científico; concebido y escrito durante las fases tempranas de la revolución industrial, una época de cambios dramáticos, detrás de los experimentos de Víctor Frankenstein está la búsqueda del poder divino: ¿qué mayor poder que el propio acto de creación de la vida? Así, el total desprecio que muestra Frankenstein por la naturaleza puede ser considerado como símbolo de las fuerzas imperiosas que desata el permisivo capitalismo naciente, que no respeta la dignidad básica del ser humano. De hecho, la rebelión de la criatura contra su creador es un claro mensaje del castigo que deriva del uso irresponsable de la tecnología, siendo el mal sólo una consecuencia imprevista de éste uso. Otra lectura del texto descubre en él una alegoría del embarazo y de los miedos frecuentes que las mujeres tenían en tiempos de Shelley de que el nacimiento acarrease consecuencias fatales para la madre o para los fetos prematuros. Esta interpretación se sustenta en el hecho de que Mary Shelley había tenido un parto prematuro poco antes del verano de 1816. Así, al igual que Mary, Víctor estaría obsesionado por la idea de que la criatura escapara a su control y pudiera ejercer el libre albedrío en un mundo que le afectaría de una u otra manera. Se argumenta a favor de este análisis que el personaje de Víctor teme, durante gran parte de la novela, que la criatura pueda destruirle asesinando a todos los que él más quiere y aprecia.

El nombre de Frankenstein probablemente alude al pueblo del mismo nombre (entonces alemán, hoy en Polonia), donde se extraía plata y oro con nuevos procedimientos químicos que comportaron importantes problemas de salud. Otra teoría sostiene que refiere a un castillo cercano a Darmstadt, donde un notorio alquimista, llamado Konrad Dippel, hizo algunos experimentos con cuerpos humanos. Mary Shelley habría conocido el castillo durante su viaje a Suiza.

La elección de la Universidad de la ciudad bávara de Ingolstadt como escenario de los experimentos de Víctor Frankenstein bien puede responder a la fama que tenía su departamento de medicina alrededor de 1800, año en el que fue cerrado. También se suele señalar que la sociedad secreta de los "Illuminati" fue fundada en esta ciudad y que Percy Shelley era miembro de dicha organización. De hecho, la alquimia era muy popular entre los románticos en aquella época y en el entorno de los Shelley. Por otra parte, era una idea corriente que la humanidad podía llegar a insuflar la chispa de la vida en la materia muerta (ver Galvanismo).

El hombre qe Rie


En “El hombre que ríe” de Victor Hugo nos encontramos con un montón de temas propios del autor francés: la monstruosidad, la fuerza del océano, los saltimbanquis e incluso los excluídos sociales.


La historia que nos cuenta el libro se desarrolla a finales del XVII en Inglaterra. Por orden del rey, para descartar a un heredero caprichoso, se le entrega a un joven Lord a su nacimiento por los comprachicos, esos seres infames que mutilaban a los niños para luego ir exponiéndolos en atracciones circenses como rarezas humanas. En este caso, el protagonista llevará una cicatriz que le cruza enteramente la cara; de ahí el sobrenombre de “el hombre que ríe”.

Abandonado sobre una playa de Inglaterra, estará solo vagando por la nieve durante días. En el camino, se encontrará con una niña ciega, Déa, a la que salva del frío tras encontrarla junto al cadáver de su madre, una vagabunda que fue sepultada por la nieve en medio de la noche. Los dos “discapacitados” serán recogidos por el viejo Ursus, un saltimbanqui que demuestra tener un gran corazón.

Los tres juntos recorrerán buena parte de los tres grandes caminos de Inglaterra hasta que Gwynplaine es detenido por parte del wapentake, autoridad edil inglesa, y llevado a la cárcel de Southwark; donde se descubre que es un lord. Es entonces cuando pronuncia un discurso espléndido dirigido a sus pares, menospreciando los poderes que pervierten Inglaterra. Este discurso puede acercarse al de Ruy Blas cuando increpa a los nobles de España, país “que yace, como un pájaro desplumado, en un marmita infame”



La poesía de esta novela nace de la complementariedad entre los personajes de Gwynplaine y Dea: mientras que Dea es ciega, simboliza la luz ya que conduce a Gwynplaine sobre el camino de la felicidad. Le hace el regalo de admirar su belleza mientras que ella le se sirve de sus ojos para mantenerse con vida. Como ocurre con todos los ciegos, es la luz la que enciende su camino.


PERSONAJES:
Ursus
Oso en latín. Por naturaleza es vagabundo, filósofo y misántropo. Es charlatán, médico, músico y dramaturgo por necesidad. Vive en una caja rodante de un color imposible de adivinar ya, en la que tenía un escrito ciertamente irreverente acerca de la naturaleza del oro y dentro de la cual se lee la divisa “Ursus, filósofo”. Fue criado en la casa de un lord, donde a bastonazos, cuenta, aprendió a respetar a la nobleza. Tiene habilidades insólitas de ventrílocuo, médico y una cultura vastísima y muy variada. Sin embargo, “tanta ciencia solo podía servir para morirse de hambre”. Ursus aborrece al género humano, jamás ha llorado y nunca sonríe, pero suele reír con risa amarga. “La situación interior de Ursus era estar sordamente furioso, y gruñir era su situación exterior, representaba el descontento de la creación: hacer la oposición estaba en su naturaleza, pues veía siempre ante su vista la parte mala del Universo; nada de él le agradaba por completo”.


Homo
Hombre en latín. Es un lobo koupara, de cinco pies de longitud, negro, muy fuerte, ni delgado ni grueso, de mirada oblicua y lengua suave, con la que a veces lame a Ursus. Se encargaba de jalar la choza de Ursus, quien a veces se bajaba para halar fraternalmente con su amigo. Homo es un lobo muy civilizado e inofensivo, “el lobo no mordía jamás; el hombre, algunas veces.. al menos Ursus pretendía morder”.


Gwynplaine
Llamado realmente Fernando Clancharlie. Fue el único hijo legítimo de lord Lineus Clancharlie, nacido en el exilio. Su madre, Ann Bradshaw, era hija de un regicida. “Fue vendido a la edad de dos años por diez libras esterlinas, que dieron al Rey por su compra”, bajo el reinado de Jacobo II de Inglaterra. Lo compró el doctor Gerhardus Geestemunde, de la banda de compraniños. Lo desfiguró Hardquanonne, un flamenco poseedor de los secretos del doctor Conquest, que le practicó la operación Bucca fissa que le deformó el rostro para siempre marcándolo con una sonrisa. Podía suprimir su sonrisa con una concentración y un dolor inmensos, pero cuando lo hacia en vez de ser cómico era temible. Los compraniños le dieron su nombre, le deformaron las articulaciones, le tiñeron el cabello para siempre y lo educaron para ser saltimbanqui, pero tuvieron que abandonarlo a sus diez años por las persecuciones de la justicia. Suele cuestionar el orden de la sociedad, es reflexivo, introvertido y temeroso, ama a Dea por sobre todas las cosas.


Dea
De dea, deae, diosa en latín, fue bautizada así por Ursus. Fue encontrada por Gwynplaine junto al cadáver de su madre, una vagabunda que fue sepultada por la nieve en medio de la noche. “La nieve que mató a la madre cegó a la hija”. Al examinarla Ursus vio sus pupilas dilatadas y estáticas, que debieron arder al contacto de la nieve. Dea es sumamente bella, de cabellos y ojos negros, delgada y muy frágil. Ursus suele preocuparse por esto, la llama “el himeneo en carne y hueso”. Gracias a Ursus sabe lo que hizo Gwynplaine por ella y, como no piensa que haya otra posibilidad, se considera su esposa.


Barkilphedro
Sobre este personaje Victor Hugo entinta uno de sus mejores retratos. Es un cortesano oscuro, bajo y envidiosamente infeliz. “Era un irlandés que había renegado de Irlanda; era de ruin especie”. Aborrece a Josiana, que lo socorrió cuando no tenía techo ni comida. Se siente humillado por este acto de caridad, que siente que lo encadena a soportar las estupideces de sus amos. Es excesivamente orgulloso, siente que tiene un sinfín de talentos incomprendidos y poco valorados. Poco a poco se va haciendo indispensable para lord David, la reina Ana y la duquesa; volviéndose, inexplicablemente, confidente de los tres al mismo tiempo. Es codicioso, pero daría todo lo que tiene y hasta lo que no por poder hacer sufrir un poco a Josiana. “Existe algo a veces dentro de nosotros que nos acosa; este algo es ser ingratos, y Barkilphedro lo era”.


Otros personajes
Lord David es hijo de una mujer que fue amante de lord Clancharlie, de quien lo concibió, y posteriormente de Carlos II. Gracias a su madre obtiene el título de lord Dirry-Moir por dominios en Escocia, Jacobo II desea que herede los títulos de los Clancharlie y por eso se los otorga interinamente a la duquesa Josiana, a fin de que se casen. Gusta de las diversiones del pueblo y por eso usa el nombre de Tom-Jim-Jack cuando se disfraza de marinero.

La duquesa Josiana es hija natural del rey Jacobo II. Es hermosa, banal, despreocupada. “Le importaba poco la reputación y mucho la gloria. Parecer fácil y ser inaccesible es lo que ella deseaba”. Ella y lord David prolongan interminablemente su matrimonio, y no porque se desagradasen. No soporta a su media hermana, la reina Ana. Siente que seria digno de ella sólo “un monstruo o un dios”, por eso su fascinación por Gwynplaine.

También intervienen en el drama: maese Nicless Plumptre (dueño de la posada Tadcaster) y Govicum, su criado; la reina Ana I de Gran Bretaña, lord Lineus, Venus y Febe (dos gitanas compradas y bautizadas así por Ursus), Hardquanonne, los compraniños (Gerhardus Geestemunde, el “doctor” o el “loco”; Gaizdorra, captal –jefe, en lengua flamenca-; Asunción; Bárbara Fermoy, de la isla de Tyrryf; Glangirase; Jacobo Quatource, llamado el Narbonés; y Luc Pierre Capgaroupe, del presidio de Mahón).


Tiempo
Dejando de lado los capítulos enteramente descriptivos (que son muchos), la trama comienza en enero de 1690 a los diez años de Gwynplaine. Se remonta al pasado 1660 para describir los sucesos al finalizar el periodo de Cromwell, el destierro de Lord Lineus, y el nacimiento y niñez y juventud de lord David. Vuelve a 1705, para narrar el nudo de la trama y el desenlace. No se tiene muy en cuenta las fechas y meses transcurridos, pero a lo largo de la novela, se mencionan muchos hechos reales que pueden ayudar a establecer las épocas en las que transcurren los hechos.

Resulta ocioso establecer una cadena larga de antecedentes, sucesos centrales y consecuencias, pues ya la narración de los libros es lineal y convencional, y ya la expuse líneas arriba.

De manera simple:

1660: termina el periodo de Cromwell, lord Lineus sigue fiel a la República y se autoexilia en Suiza, donde entrado en vejez se casa y logra tener un hijo legítimo. Durante el reinado de Jacobo II (1685-1688) muere lord Lineus y el rey se apropia de sus bienes, desapareciendo al pequeño lord Fernando a fin de que no haya herederos aparte de lord David, para ese tiempo gentil-hombre de la corte. Establece como condición para recibir los bienes de los Clancharlie el matrimonio con Josiana, hecha duquesa en la cuna. 1690: los compraniños, asustados por las persecuciones de la justicia, abandonan a Gwynplaine de 10 años en la bahía de Portland, al sur de Inglaterra


Espacio
La trama, al igual que Ursus, jamás sale del territorio inglés. Las peripecias del Ursus vagabundo fueron siempre sin salir de la gran isla. Se describe bastante bien los barrios y villas aledaños a los barrancos de Portland, donde abandonan al niño. El lugar en el que se hospedaron con su Green Box la familia de saltimbanquis fue el terreno llamado Tarrinzean-field (tarrinzean es un vocablo del inglés antiguo que significa verde), al lado del arrabal de Southwark, en los barrios bajos de Londres. Este terreno era de feria constante. El juicio de Hardquanonne y su tortura usan como escenario una antigua edificación medieval, usada como cárcel de Southwark. Como escenarios de la corte se usan el palacio de Windsor, hogar de la reina Ana de Inglaterra, y el palacio de Corleone-lodge, de propiedad de los Clancharlie. También se narra una sesión en la Cámara Alta, donde se daban cita los pares de Inglaterra. La Conclusión se da a bordo de un buque navegando sobre el Támesis.


Estilo
La narración se hace de manera convencional, con un narrador en tercera persona. Sin embargo, hace demostración de una cultura vastísima (a la manera de Ursus) en usos y costumbres de la antigua Europa, de conocimientos de cultura clásica (Ursus habla en latín y conoce de divisas y heráldica medievales, de mitología griega y muchísimas materias más), y hasta de la legislación anglosajona antigua. Sus novelas tienen capítulos enteros de descripciones de lugares, incluso en épocas ya anteriores al autor. Los compara con los que ve en su tiempo.

Punto aparte es la manera en que el autor describe las emociones humanas, es magistral. Las situaciones están muy bien descritas, sí; pero el universo interior (y con Hugo la palabra universo está muy bien utilizada) es tan vasto y tan intrincado que a veces traga y absorbe las situaciones en las que se encuentran sus personajes. Víctor Hugo en esta novela y en otras usa bastante el monólogo. Ursus hablaba consigo mismo porque odiaba hablar con los demás, pero con alguien tenia que hacerlo. Gwynplaine no deja de cuestionar su suerte y su desdicha. Es sobrecogedora la manera en que Barkilphedro reniega rabiosamente de su suerte y su condición y ansía destrozar la dicha de Josiana. Su envidia se expone de manera temible.

Recogiendo la frase de los apuntes aquí transcritos, coincido en que en todas las páginas hay frases de antología. Víctor Hugo expone muchos cuestionamientos filosóficos entrelazados con la trama en sus novelas.

La dama del Perrito


La dama del perrito



Parte I
Corrió la voz de que por el malecón se había visto pasear a un nuevo personaje: La dama del perrito.
Dmitrii Dmitrich Gurov, residente en Yalta hacía dos semanas y habituado ya a aquella vida, empezaba también a interesarse por las caras nuevas. Desde el pabellón Verne, en que solía sentarse, veía pasar a una dama joven, de mediana estatura, rubia y tocada con una boina. Tras ella corría un blanco lulú.
Después, varias veces al día, se la encontraba en el parque y en los jardinillos públicos. Paseaba sola, llevaba siempre la misma boina y se acompañaba del blanco lulú. Nadie sabía quién era y todos la llamaban La dama del perrito.
“Si está aquí sin marido y sin amigos, no estaría mal trabar conocimiento con ella”, pensó Gurov.
Éste no había cumplido todavía los cuarenta años, pero tenía ya una hija de doce y dos hijos colegiales. Se había casado muy joven, cuando aún era estudiante de segundo año, y ahora su esposa parecía dos veces mayor que él. Era ésta una mujer alta, de oscuras cejas, porte rígido, importante y grave y se llamaba a sí misma intelectual. Leía mucho, no escribía cartas y llamaba a su marido Dimitrii, en lugar de Dmitrii. Él, por su parte, la consideraba de corta inteligencia, estrecha de miras y falta de gracia, por lo que, temiéndola, no le agradaba permanecer en el hogar. Hacía mucho tiempo que había empezado a engañarla con frecuencia, siendo sin duda ésta la causa de que casi siempre hablara mal de las mujeres. Cuando en su presencia se aludía a ellas, exclamaba:
—¡Raza inferior!
Considerábase con la suficiente amarga experiencia para aplicarles este calificativo, no obstante lo cual, sin esta raza inferior no podía vivir ni dos días seguidos. Con los hombres se aburría, se mostraba frío y poco locuaz; y, en cambio, en compañía de mujeres se sentía despreocupado. Ante ellas sabía de qué hablar y cómo proceder, y hasta el permanecer silencioso a su lado le resultaba fácil. Su exterior, su carácter, estaba dotado de un algo imperceptible, pero atrayente para las mujeres. Él lo sabía, y a su vez se sentía llevado hacia ellas por una fuerza desconocida.
La experiencia, una amarga experiencia, en efecto, le había demostrado hacía mucho tiempo que todas esas relaciones que al principio tan gratamente amenizan la vida, presentándose como aventuras fáciles y agradables, se convierten siempre para las personas serias, principalmente para los moscovitas, indecisos y poco dinámicos, en un problema extremadamente complicado, con lo que la situación acaba haciéndose penosa. Sin embargo, a pesar de ello, a cada nuevo encuentro con una mujer interesante, la experiencia, resbalando de su memoria, se deslizaba no se sabía hacia dónde. Quería uno vivir, y ¡todo parecía tan sencillo y tan divertido!
Así, pues, hallábase un día al atardecer comiendo en el jardín, cuando la dama de la boina, tras acercarse con paso reposado, fue a ocupar la mesa vecina. Su expresión, su manera de andar, su vestido, su peinado, todo revelaba que pertenecía a la buena sociedad, que era casada, que venía a Yalta por primera vez, que estaba sola y que se aburría.
Los chismes sucios sobre la moral de la localidad encerraban mucha mentira. Él aborrecía aquellos chismes; sabía que, la mayoría de ellos, habían sido inventados por personas que hubieran prevaricado gustosas de haber sabido hacerlo; pero, sin embargo, cuando aquella dama fue a sentarse a tres pasos de él, a la mesa vecina, todos esos chismes acudieron a su memoria: fáciles conquistas., excursiones por la montaña. Y el pensamiento tentador de una rápida y pasajera novela junto a una mujer de nombre y apellido desconocidos se apoderó de él. Con un ademán cariñoso llamó al lulú, y cuando lo tuvo cerca lo amenazó con el dedo. El lulú gruñó, y Gurov volvió a amenazarle. La dama le lanzó una ojeada, bajando la vista en el acto.
—No muerde —dijo enrojeciendo.
—¿Puedo darle un hueso?
Ella movió la cabeza en señal de asentimiento.
—¿Hace mucho que ha llegado? —siguió preguntando Gurov en tono afable.
—Unos cinco días.
—Yo llevo aquí ya casi dos semanas.
—El tiempo pasa de prisa y, sin embargo, se aburre uno aquí —dijo ella sin mirarle.
—Suele decirse, en efecto, que esto es aburrido. En su casa de cualquier pueblo., de un Beleb o de un Jisdra., no se aburre uno, y se llega aquí y se empieza a decir enseguida: “¡Ah, qué aburrido! ¡Ah, qué polvo!.” ¡Enteramente como si viniera uno de Granada!
Ella se echó a reír. Luego ambos siguieron comiendo en silencio, como dos desconocidos; pero después de la comida salieron juntos y entablaron una de esas charlas ligeras, en tono de broma, propia de las personas libres, satisfechas, a quienes da igual adónde ir y de qué hablar. Paseando comentaban el singular tono de luz que iluminaba el mar: tenía el agua un colorido lila, y una raya dorada que partía de la luna corría sobre ella. Hablaban de que la atmósfera, tras el día caluroso, era sofocante. Gurov le contaba que era moscovita y por sus estudios, filólogo, pero que trabajaba en un banco. Hubo un tiempo en el que pensó cantar en la ópera, pero lo dejó. Tenía dos casas en Moscú. De ella supo que se había criado en Petersburgo, casándose después en la ciudad de S., donde residía hacía dos años, y que estaría todavía un mes en Yalta, adonde quizá vendría a buscarla su marido, que también quería descansar. En cuanto a en qué consistía el trabajo de éste, no sabía explicarlo, cosa que la hacía reír. También supo Gurov que se llamaba Anna Sergueevna.
Después, en su habitación, continuó pensando en ella y en que al otro día seguramente volvería a encontrarla. Y así había de ser. Mientras se acostaba repasó en su memoria que aquella joven dama aún hacía poco estaba estudiando en un pensionado, como ahora estudiaba su hija. Recordó la falta de aplomo que había todavía en su risa cuando conversaba con un desconocido. Era ésta seguramente la primera vez en que se veía envuelta en aquel ambiente.: perseguida, contemplada con un fin secreto que no podía dejar de adivinar. Recordó su fino y débil cuello, sus bonitos ojos de color gris.
“Hay algo en ella que inspira lástima”, pensaba al quedarse dormido.


Parte II


Ya hacía una semana que la conocía. Era día de fiesta. En las habitaciones había una atmósfera sofocante, y por las calles el viento, arrebatando sombreros, levantaba remolinos de polvo. La sed era constante, y Gurov entraba frecuentemente en el pabellón, tan pronto en busca de jarabe como de helados con que obsequiar a Anna Sergueevna. No sabía uno dónde meterse. Al anochecer, cuando se calmó el viento, fueron al muelle a presenciar la llegada del vapor. El embarcadero estaba lleno de paseantes y de gentes con ramos en las manos que acudían allí para recibir a alguien. Dos particularidades del abigarrado gentío de Yalta aparecían sobresalientes: que las damas de edad madura vestían como las jóvenes y que había gran número de generales. Por estar el mar agitado, el vapor llegó con retraso, cuando ya el sol se había puesto, permaneciendo largo rato dando vueltas antes de ser amarrado en el muelle.
Anna Sergueevna miraba al vapor y a los pasajeros a través de sus impertinentes, como buscando algún conocido, y al dirigirse a Gurov le brillaban los ojos. Charlaba sin cesar y hacía breves preguntas, olvidándose en el acto de lo que había preguntado. Luego extravió los impertinentes entre la muchedumbre. Ésta, compuesta de gentes bien vestidas, empezó a dispersarse; ya no podían distinguirse los rostros. El viento había cesado por completo.
Gurov y Anna Sergueevna continuaban de pie, como esperando a que alguien más bajara del vapor. Anna Sergueevna no decía ya nada, y sin mirar a Gurov aspiraba el perfume de las flores.
—El tiempo ha mejorado mucho —dijo éste—. ¿A dónde vamos ahora? ¿Y si nos fuéramos a alguna parte?
Ella no contestó nada.
Él entonces la miró fijamente y de pronto la abrazó y la besó en los labios, percibiendo el olor y la humedad de las flores; pero enseguida miró asustado a su alrededor para cerciorarse de que nadie les había visto.
—Vamos a su hotel —dijo en voz baja.
Y ambos se pusieron en marcha rápidamente.
El ambiente de la habitación era sofocante y olía al perfume comprado por ella en la tienda japonesa. Gurov, mirándola, pensaba en cuantas mujeres había conocido en la vida. Del pasado guardaba el recuerdo de algunas inconscientes, benévolas, agradecidas a la felicidad que les daba, aunque ésta fuera efímera; de otras, como, por ejemplo, su mujer, cuya conversación era excesiva, recordaba su amor insincero, afectado, histérico., que no parecía amor ni pasión, sino algo mucho más importante. Recordaba también a dos o tres bellas, muy bellas y frías, por cuyos rostros pasaba súbitamente una expresión de animal de presa, de astuto deseo de extraer a la vida más de lo que puede dar. Estas mujeres no estaban ya en la primera juventud, eran caprichosas, voluntariosas y poco inteligentes, y su belleza despertaba en Gurov, una vez desilusionado, verdadero aborrecimiento, antojándosele escamas los encajes de sus vestidos.
Aquí, en cambio, existía una falta de valor, la falta de experiencia propia de la juventud, tal sensación de azoramiento que le hacía a uno sentirse desconcertado, como si alguien de repente hubiera llamado a la puerta. Anna Sergueevna, la dama del perrito, tomaba aquello con especial seriedad, considerándolo como una caída, lo cual era singular e inadecuado. Como la pecadora de un cuadro antiguo, permanecía pensativa, en actitud desconsolada.
—¡Esto está muy mal —dijo—, y usted será el primero en no estimarme!
Sobre la mesa había una sandía, de la que Gurov se cortó una loncha, que empezó a comerse despacio. Una media hora, por lo menos, transcurrió en silencio. Anna Sergueevna presentaba el aspecto conmovedor, ingenuo y honrado de la mujer sin experiencia de la vida. Una vela solitaria colocada encima de la mesa apenas iluminaba su rostro; pero, sin embargo, veíase su sufrimiento.
—¿Por qué voy a dejar de estimarte? —preguntó Gurov—. No sabes lo que dices.
—¡Que Dios me perdone!. —dijo ella, y sus ojos se arrasaron en lágrimas—. ¡Esto es terrible!
—Parece que te estás excusando.
—¡Excusarme!. ¡Soy una mala y ruin mujer! ¡Me aborrezco a mí misma! ¡No es a mi marido a quien he engañado.; he engañado a mi propio ser! ¡Y no solamente ahora., sino hace ya tiempo! ¡Mi marido es bueno y honrado, pero. un lacayo! ¡No sé qué hace ni en qué trabaja, pero sí sé que es un lacayo! ¡Cuando me casé con él tenía veinte años! ¡Después de casada, me torturaba la curiosidad por todo! ¡Deseaba algo mejor! ¡Quería otra vida! ¡Deseaba vivir! ¡Aquella curiosidad me abrasaba! ¡Usted no podrá comprenderlo, pero juro ante Dios que ya era incapaz de dominarme! ¡Algo pasaba dentro de mí que me hizo decir a mi marido que me encontraba mal y venirme! ¡Aquí, al principio, iba de un lado para otro, como presa de locura., y ahora soy una mujer vulgar., mala., a la que todos pueden despreciar!
A Gurov le aburría escucharla. Le molestaba aquel tono ingenuo, aquel arrepentimiento tan inesperado e impropio. Si no hubiera sido por las lágrimas que llenaban sus ojos, podía haber pensado que bromeaba o que estaba representando un papel dramático.
—No comprendo —dijo lentamente—. ¿Qué es lo que quieres?
Ella ocultó el rostro en su pecho y contestó:
—¡Créame!. ¡Créame se lo suplico! ¡Amo la vida honesta y limpia y el pecado me parece repugnante! ¡Yo misma no comprendo mi conducta! ¡La gente sencilla dice: “¡Culpa del maligno!”, y eso mismo digo yo! ¡Culpa del maligno!
—Bueno, bueno —masculló él.
Luego miró sus ojos, inmóviles y asustados, la besó y comenzó a hablarle despacio, en tono cariñoso, y tranquilizándose ella, la alegría volvió a sus ojos y ambos rieron otra vez. Después se fueron a pasear por el malecón, que estaba desierto. La ciudad, con sus cipreses, tenía un aspecto muerto; pero el mar rugía al chocar contra la orilla. Sólo un vaporcillo, sobre el que oscilaba la luz de un farolito, se mecía sobre las olas. Encontraron un isvoschick y se fueron a Oranda.
—Ahora mismo acabo de enterarme de tu apellido en la portería. En la lista del hotel está escrito este nombre: “Von Dideritz” —dijo Gurov—. ¿Es alemán tu marido?
“No; pero, según parece, lo fue su abuelo. Él es ortodoxo”.
En Oranda estuvieron un rato sentados en un banco, no lejos de la iglesia, silenciosos y mirando el mar, a sus pies. Apenas era visible Yalta en la bruma matinal. Sobre la cima de las montañas había blancas nubes inmóviles, nada agitaba el follaje de los árboles, oíase el canto de la chicharra y de abajo llegaba el ruido del mar hablando de paz y de ese sueño eterno que a todos nos espera. El mismo ruido haría el mar allá abajo, cuando aún no existían ni Yalta ni Oranda.; el mismo ruido indiferente seguirá haciendo cuando ya no existamos nosotros. Y esta permanencia, esta completa indiferencia hacia la vida y la muerte en cada uno de nosotros constituye la base de nuestra eterna salvación, del incesante movimiento de la vida en la tierra, del incesante perfeccionamiento. Sentado junto a aquella joven mujer, tan bella en la hora matinal, tranquilo y hechizado por aquel ambiente de cuento de hadas, de mar, de montañas, de nubes y de ancho cielo. Gurov pensaba en que, bien considerado, todo en el mundo era maravilloso. ¡Y todo lo era en efecto., excepto lo que nosotros pensamos y hacemos cuando nos olvidamos del alto destino de nuestro ser y de la propia dignidad humana!
Un hombre, seguramente el guarda, se acercó a ellos. Les miró y se fue, pareciéndole este detalle también bello y misterioso. Iluminado por la aurora y con las luces ya apagadas, vieron llegar el barco de Feodosia.
—La hierba está llena de rocío —dijo Anna Sergueevna después de un rato de silencio.
—Sí. Ya es hora de volver.
Regresaron a la ciudad.
Después, cada mediodía, siguieron encontrándose en el malecón. Almorzaban juntos, comían, paseaban y se entusiasmaban con la contemplación del mar. Ella observaba que dormía mal y que su corazón palpitaba intranquilo. Le hacía las mismas preguntas, tan pronto excitadas por los celos como por el miedo de que él no la estimara suficientemente. Él, a menudo, en el parque o en los jardinillos, cuando no había nadie cerca, la abrazaba de pronto apasionadamente. Aquella completa ociosidad, aquellos besos en pleno día, llenos del temor de ser vistos, el calor, el olor a mar y el perpetuo vaivén de gentes satisfechas, ociosas, ricamente vestidas, parecían haber transformado a Gurov. Éste llamaba a Anna Sergueevna bonita y encantadora, se apasionaba, no se separaba ni un paso de ella; que, en cambio, solía quedar pensativa, pidiéndole que le confesara que no la quería y que sólo la consideraba una mujer vulgar. Casi todos los atardeceres se marchaban a algún sitio de las afueras, a Oranda o a contemplar alguna catarata. Estos paseos resultaban gratos, y las impresiones recibidas en ellos, siempre prodigiosas y grandes.
Se esperaba la llegada del marido. Un día, sin embargo, recibióse una carta en la que éste se quejaba de un dolor en los ojos, suplicando a su mujer que regresara pronto a su casa. Anna Sergueevna aceleró los preparativos de marcha.
—En efecto, es mejor que me vaya —dijo a Gurov—. ¡Así lo dispone el destino!
Acompañada por él y en coche de caballos, emprendió el viaje, que duró el día entero. Una vez en el vagón del rápido y al sonar la segunda campanada, dijo:
—¡Déjeme que lo mire otra vez! ¡Otra vez! ¡Así!
No lloraba, pero estaba triste; parecía enferma y había un temblor en su rostro.
—¡Pensaré en usted! —decía—. ¡Lo recordaré! ¡Quede con Dios! ¡Guarde una buena memoria de mí! ¡Nos despedimos para siempre! ¡Es necesario que así sea! ¡No deberíamos habernos encontrado nunca! ¡No! ¡Quede con Dios!
El tren partió veloz, desaparecieron sus luces y un minuto después extinguíase el ruido de sus ruedas, como si todo estuviera ordenado a que aquella dulce enajenación, aquella locura, cesaran más de prisa. Solo en el andén, con la sensación del hombre que acaba de despertar, Gurov fijaba los ojos en la lejanía, escuchando el canto de la chicharra y la vibración de los hilos telegráficos. Pensaba que en su vida había ahora un éxito, una aventura más, ya terminada, de la que no quedaría más que el recuerdo. Se sentía conmovido, triste y un poco arrepentido. Esta joven mujer, a la que no volvería a ver, no había sido feliz a su lado. Siempre se había mostrado con ella afable y afectuoso; pero, a pesar de tal proceder, su tono y su mismo cariño traslucían una ligera sombra de mofa, la brutal superioridad del hombre feliz, de edad casi doble. Ella lo calificaba constantemente de bueno, de extraordinario, de elevado. Lo consideraba sin duda como no era, lo cual significaba que la había engañado sin querer. En la estación comenzaba a oler a otoño y el aire del anochecer era fresco.
“¡Ya es hora de marcharse al Norte! —pensaba Gurov al abandonar el andén—. ¡Ya es hora!”


Parte III


En su casa de Moscú todo había adquirido aspecto invernal: el fuego ardía en las estufas y el cielo, por las mañanas, estaba tan oscuro que el aya, mientras los niños, disponiéndose para ir al colegio, tomaban el té, encendía la luz. Caían las primeras heladas. ¡Es tan grato en el primer día de nieve ir por primera vez en trineo!. ¡Contemplar la tierra blanca, los tejados blancos! ¡Aspirar el aire sosegadamente, en tanto que a la memoria acude el recuerdo de los años de adolescencia!. Los viejos tilos, los abedules, tienen bajo su blanca cubierta de escarcha una expresión bondadosa. Están más cercanos al corazón que los cipreses y las palmeras, y en su proximidad no quiere uno pensar ya en el mar ni en las montañas.
Gurov era moscovita. Regresó a Moscú en un buen día de helada y cuando, tras ponerse la pelliza y los guantes de invierno, se fue a pasear por Petrovka1, así como cuando el sábado, al anochecer, escuchó el sonido de las campanas, aquellos lugares visitados por él durante su reciente viaje perdieron a sus ojos todo encanto. Poco a poco comenzó a sumergirse otra vez en la vida moscovita. Leía ya ávidamente tres periódicos diarios (no los de Moscú, que decía no leer por una cuestión de principio), le atraían los restaurantes, los casinos, las comidas, las jubilaciones.; le halagaba frecuentaran su casa abogados y artistas de fama, jugar a las cartas en el círculo de los médicos con algún eminente profesor y comerse una ración entera de selianka. Un mes transcurriría y el recuerdo de Anna Sergueevna se llenaría de bruma en su memoria (así al menos se lo figuraba), y sólo de vez en vez volvería a verla en sueños, con su sonrisa conmovedora, como veía a las otras.
Más de un mes transcurrió, sin embargo; llegó el rigor del invierno y en su recuerdo permanecía todo tan claro como si sólo la víspera se hubiera separado de Anna Sergueevna. Este recuerdo se hacía más vivo cuando, por ejemplo, en la quietud del anochecer llegaban hasta su despacho las voces de sus niños estudiando sus lecciones, al oír cantar una romanza, cuando percibía el sonido del órgano del restaurante o aullaba la ventisca en la chimenea. Todo entonces resucitaba de pronto en su memoria: la escena del muelle, la mañana temprana, las montañas neblinosas, el vapor de Feodosia, los besos. Recordándolo y sonriendo paseaba largo rato por su habitación, y el recuerdo se hacía luego ensueño, se mezclaba en su mente con imágenes del futuro. Ya no soñaba con Anna Sergueevna. Era ella misma la que le seguía a todas partes como una sombra. Cerraba los ojos y la veía cual viva, más bella, más joven, más tierna y afectuosa de lo que era en realidad. También él se creía mejor de lo que era en Yalta. Durante el anochecer, ella lo miraba desde la librería, desde la chimenea, desde un rincón. Percibía su aliento y el suave roce de su vestido. Por la calle, su vista seguía a todas las mujeres, buscando entre ellas alguna que se le pareciera.
El fuerte deseo de comunicar a alguien su recuerdo comenzaba a oprimirle, pero en su casa no podía hablar de aquel amor, y fuera de ella no tenía con quien expansionarse. No podía hablar de ella con los vecinos ni en el banco. ¿Encerraban algo bello, poético, aleccionador, o simplemente interesante sus sentimientos hacia Anna Sergueevna?. Tenía que limitarse a hablar abstractamente del amor y de las mujeres; pero de manera que nadie pudiera adivinar cuál era su caso, y tan sólo la esposa, alzando las oscuras cejas, solía decirle:
—¡Dimitrii! ¡El papel de fatuo no te va nada bien!
Una noche, al salir del círculo médico con su compañero de partida, el funcionario, no pudiendo contenerse, dijo a éste:
—¡Si supiera usted qué mujer más encantadora conocí en Yalta!
El funcionario, tras acomodarse en el asiento del trineo, que emprendió la marcha, volvió de repente la cabeza y gritó:
—¡Dmitrii Dmitrich!
—¿Qué?
—¡Tenía usted razón antes! ¡El esturión no estaba del todo fresco!
Tan sencillas palabras, sin saber por qué, indignaron a Gurov. Se le antojaban sucias y mezquinas. ¡Qué costumbres salvajes aquellas! ¡Qué gentes! ¡Qué veladas necias! ¡Qué días anodinos y desprovistos de interés! ¡Todo se reducía a un loco jugar a los naipes, a gula, a borracheras, a charlas incesantes sobre las mismas cosas! El negocio innecesario, la conversación sobre repetidos temas absorbía la mayor parte del tiempo y las mejores energías, resultando al fin de todo ello una vida absurda, disforme y sin alas, de la que no era posible huir, escapar, como si se estuviera preso en una casa de locos o en un correccional.
Lleno de indignación, Gurov no pudo pegar los ojos en toda la noche, y el día siguiente lo pasó con dolor de cabeza. Las noches sucesivas durmió también mal y hubo de permanecer sentado en la cama o de pasear a grandes pasos por la habitación. Se aburría con los niños, en el banco, y no tenía gana de ir a ninguna parte ni de hablar de nada.
En diciembre, al llegar las fiestas, hizo sus preparativos de viaje, y diciendo a su esposa que, con motivo de unas gestiones en favor de cierto joven, se veía obligado a ir a Petersburgo, salió para la ciudad de S. Él mismo no sabía lo que hacía. Quería solamente ver a Anna Sergueevna, hablar con ella, organizar una entrevista si era posible.
Llegó a S. por la mañana, ocupando en la fonda una habitación, la mejor, con el suelo alfombrado de paño. Sobre la mesa, y gris de polvo, había un tintero que representaba a un jinete sin cabeza, cuyo brazo levantado sostenía un sombrero. Del portero obtuvo la necesaria información. Los von Dideritz vivían en la calle Staro—Goncharnaia, en casa propia, no lejos de la fonda. Llevaban una vida acomodada y lujosa, tenían caballos de su propiedad y en la ciudad todo el mundo los conocía.
—Dridiritz —pronunciaba el portero.
Gurov se encaminó a paso lento hacia la calle Staro-Goncharnaia en busca de la casa mencionada. Precisamente frente a ésta se extendía una larga cerca gris guarnecida de clavos.
“¡A cualquiera le darían ganas de huir de esta cerca!”, pensó Gurov mirando tan pronto a ésta como a las ventanas. “Hoy es día festivo” seguía cavilando, “y el marido estará en casa seguramente. De todas maneras sería falta de tacto entrar. Una nota pudiera caer en manos del marido y estropearlo todo. Lo mejor será buscar una ocasión.”
Y continuaba paseando por la calle y esperando junto a la cerca aquella ocasión. Desde allí vio cómo un mendigo que atravesaba la puerta cochera era atacado por los perros. Más tarde, una hora después, oyó tocar el piano. Sus sonidos llegaban hasta él, débiles y confusos. Sin duda era Anna Sergueevna la que tocaba. De pronto se abrió la puerta principal dando paso a una viejecita, tras de la que corría el blanco y conocido lulú. Gurov quiso llamar al perro, pero se lo impidieron unas súbitas palpitaciones y el no poder recordar el nombre del lulú.
Siempre paseando, su aborrecimiento por la cerca gris crecía y crecía, y ya excitado, pensaba que Anna Sergueevna se había olvidado de él y se divertía con otro, cosa sumamente natural en una mujer joven, obligada a contemplar de la mañana a la noche aquella maldita cerca. Volviendo a su habitación de la fonda, se sentó en el diván, en el que permaneció largo rato sin saber qué hacer. Después comió y pasó mucho tiempo durmiendo.
“¡Qué necio e intranquilizador es todo esto!” pensó cuando al despertarse fijó la vista en las oscuras ventanas por las que entraba la noche. “Tampoco sé por qué me he dormido ahora. ¿Cómo voy a dormir luego?”
Después, sentado en la cama y arropándose en una manta barata de color gris, semejante a las usadas en los hospitales, decía enojado, burlándose de sí mismo:
“¡Toma dama del perrito!. ¡Toma aventura!. ¡Aquí te estás sentado!”
De pronto pensó en que todavía, por la mañana, en la estación, le había saltado a la vista un cartel con el anuncio en grandes letras de la representación de Geisha. Recordándolo, se dirigió al teatro.
“Es muy probable que vaya a los estrenos”, se dijo.
El teatro estaba lleno. En él, como ocurre generalmente en los teatros de provincia, una niebla llenaba la parte alta de la sala, sobre la araña; el paraíso se agitaba ruidosamente, y en primera fila, antes de empezar el espectáculo, veíase de pie y con las manos a la espalda a los petimetres del lugar. En el palco del gobernador y en el sitio principal, con un boa al cuello, estaba sentada la hija de aquél, que se ocultaba tímidamente tras la cortina, y de la que sólo eran visibles las manos. El telón se movía y la orquesta pasó largo rato afinando sus instrumentos. Los ojos de Gurov buscaban ansiosamente, sin cesar, entre el público que ocupaba sus sitios. Anna Sergueevna entró también. Al verla tomar asiento en la tercera fila, el corazón de Gurov se encogió, pues comprendía claramente que no existía ahora para él un ser más próximo, querido e importante. Aquella pequeña mujer en la que nada llamaba la atención, con sus vulgares impertinentes en la mano, perdida en el gentío provinciano, llenaba ahora toda su vida, era su tormento, su alegría, la única felicidad que deseaba. Y bajo los sonidos de los malos violines de una mala orquesta pensaba en su belleza. Pensaba y soñaba.
Con Anna Sergueevna y tomando asiento a su lado había entrado un joven de patillas cortitas, muy alto y cargado de hombros. Al andar, a cada paso que daba, su cabeza se inclinaba hacia adelante, en un movimiento de perpetuo saludo. Sin duda era éste el marido, al que ella en Yalta, movida por un sentimiento de amargura, había llamado lacayo. En efecto, su larga figura, sus patillas, su calvita, tenían algo de tímido y lacayesco. Su sonrisa era dulce y en su ojal brillaba una docta insignia, que parecía, sin embargo, una chapa de lacayo.
Durante el primer entreacto el marido salió a fumar, quedando ella sentada en la butaca. Gurov, que también tenía su localidad en el patio de butacas, acercándose a ella le dijo con voz forzada y temblorosa y sonriendo:
—¡Buenas noches!
Ella alzó los ojos hacia él y palideció. Después volvió a mirarle, otra vez espantada, como si no pudiera creer lo que veía. Sin duda, luchando consigo misma para no perder el conocimiento, apretaba fuertemente entre las manos el abanico y los impertinentes. Ambos callaban. Ella permanecía sentada. Él, de pie, asustado de aquel azoramiento, no se atrevía a sentarse a su lado. Los violines y la flauta, que estaban siendo afinados por los músicos, empezaron a cantar, pareciéndoles de repente que desde todos los palcos los miraban. He aquí que ella, levantándose súbitamente, se dirigió apresurada hacia la salida. Él la siguió. Y ambos, con paso torpe, atravesaron pasillos y escaleras, tan pronto subiendo como bajando, en tanto que ante sus ojos desfilaban, raudas, gentes con uniformes: unos judiciales, otros correspondientes a instituciones de enseñanza, y todos ornados de insignias. Asimismo desfilaban figuras de damas; el vestuario, repleto de pellizas; mientras el soplo de la corriente les azotaba el rostro con un olor a colillas.
Gurov, que empezaba a sentir fuertes palpitaciones, pensaba:
“¡Oh Dios mío! ¿Para qué existirá toda esta gente? ¿Esta orquesta?”
En aquel momento acudió a su memoria la noche en que había acompañado a Anna Sergueevna a la estación, diciéndose a sí mismo que todo había terminado y que no volverían a verse. ¡Cuán lejos estaban todavía, sin embargo, del fin!
En una sombría escalera provista del siguiente letrero “Entrada al anfiteatro”, ella se detuvo.
—¡Qué susto me ha dado usted! —dijo con el aliento entrecortado y aún pálida y aturdida—. ¡Apenas si vivo! ¿Por qué ha venido? ¿Por qué?
—¡Compréndame, Anna! ¡Compréndame! —dijo él de prisa y a media voz—. ¡Se lo suplico! ¡Vámonos!
Ella lo miraba con expresión de miedo, de súplica, de amor. Lo miraba fijamente, como si quisiera grabar sus rasgos de un modo profundo en su memoria.
—¡Sufro tanto! —proseguía sin escucharle—. ¡Durante todo este tiempo sólo he pensado en usted! ¡No he tenido más pensamiento que usted! ¡Quería olvidarle! ¡Oh! ¿Por qué ha venido? ¿Por qué?
En un descansillo de la escalera, a alguna altura sobre ellos, fumaban dos estudiantes, pero a Gurov le resultaba indiferente. Atrayendo hacia sí a Anna Sergueevna, empezó a besarla en el rostro, en las mejillas, en las manos.
—¿Qué hace usted? ¿Qué hace? —decía ella rechazándole presa de espanto—. ¡Estamos locos! ¡Márchese hoy mismo! ¡Ahora mismo! ¡Se lo suplico! ¡Por todo cuanto le es sagrado se lo suplico! ¡Oh! ¡Alguien viene! —alguien subía en efecto por la escalera—. ¡Es preciso que se marche! —proseguía Anna Sergueevna en un murmullo—. ¿Lo oye, Dmitrii Dmitrich? ¡Yo iré a verle a Moscú, pero ahora tenemos que despedirnos, amado mío! ¡Despidámonos!
Estrechándole la mano, empezó a bajar apresuradamente la escalera, pudiendo leerse en sus ojos, cuando volvía la cabeza para mirarle, cuán desgraciada era en efecto.
Gurov permaneció allí algún tiempo, prestando oído; luego, cuando todo quedó silencioso, recogió su abrigo y se marchó al tren.


Parte IV


Y Anna Sergueevna empezó a ir a visitarle a Moscú. Cada dos o tres meses, una vez y diciendo a su marido que tenía que consultar al médico, dejaba la ciudad de S. El marido a la vez le creía y no le creía. Una vez en Moscú, se hospedaba en el hotel Slaviaskii Basar, desde donde enviaba enseguida aviso a Gurov. Éste iba a verla, y nadie en Moscú se enteraba. Una mañana de invierno y acompañando a su hija al colegio, por estar éste en su camino, se dirigía como otras veces a verla (su recado no le había encontrado en casa la víspera). Caía una fuerte nevada.
—Estamos a tres grados sobre cero y nieva —decía Gurov a su hija—. ¡Claro que esta temperatura es sólo la de la superficie de la tierra! ¡En las altas capas atmosféricas es completamente distinta!
—Papá, ¿por qué no hay truenos en invierno?
Gurov le explicó también esto. Mientras hablaba pensaba en que nadie sabía ni sabría, seguramente nunca, nada de la cita a la que se dirigía. Había llegado a tener dos vidas: una, clara, que todos veían y conocían, llena de verdad y engaño condicionales, semejante en todo a la de sus amigos y conocidos; otra, que discurría en el misterio. Por una singular coincidencia, tal vez casual, cuanto para él era importante, interesante, indispensable., en todo aquello en que no se engañaba a sí mismo y era sincero., cuanto constituía la médula de su vida, permanecía oculto a los demás, mientras que lo que significaba su mentira, la envoltura exterior en que se escondía, con el fin de esconder la verdad (por ejemplo, su actividad en el banco, las discusiones del círculo sobre la raza inferior, la asistencia a jubilaciones en compañía de su esposa), quedaba de manifiesto. Juzgando a los demás a través de sí mismo, no daba crédito a lo que veía, suponiendo siempre que en cada persona, bajo el manto del misterio como bajo el manto de la noche, se ocultaba la verdadera vida interesante. Toda existencia individual descansa sobre el misterio y quizá es en parte por eso por lo que el hombre culto se afana tan nerviosamente para ver respetado su propio misterio.
Después de dejar a su hija en el colegio, Gurov se dirigió al Slavianksii Basar. En el piso bajo se despojó de la pelliza y tras subir las escaleras llamó con nudillos a la puerta. Anna Sergueevna, con su vestido gris, el preferido de él, cansada del viaje y de la espera, le aguardaba desde la víspera por la noche. Estaba pálida; en su rostro, al mirarlo, no se dibujó ninguna sonrisa y apenas lo vio entrar se precipitó a su encuentro, como si hiciera dos años que no se hubieran visto.
—¿Cómo estás? —preguntó él—. ¿Qué hay de nuevo?
—Espera. Ahora te diré. ¡No puedo!
No podía hablar, en efecto, porque estaba llorando. Con la espalda vuelta hacia él, se apretaba el pañuelo contra los ojos.
“La dejaré que llore un poco mientras me siento”, pensó él acomodándose en la butaca.
Luego llamó al timbre y encargó que trajeran el té. Mientras lo bebía, ella, siempre junto a la ventana, le daba la espalda. Lloraba con llanto nervioso, dolorosamente consciente de lo aflictiva que la vida se había hecho para ambos. ¡Para verse habían de ocultarse, de esconderse como ladrones! ¿No estaban acaso deshechas sus vidas?
—No llores más —dijo él.
Para Gurov estaba claro que aquel mutuo amor tardaría en acabar. No se sabía en realidad cuándo acabaría. Anna Sergueevna se ataba a él por el afecto, cada vez más fuertemente. Lo adoraba y era imposible decirle que todo aquello tenía necesariamente que tener un fin. ¡No lo hubiera creído siquiera!
En el momento en que, acercándose a ella, la cogía por los hombros para decirle algo afectuoso, alguna broma., se miró en el espejo.
Su cabeza empezaba a blanquear y se le antojó extraño que los últimos años pudieran haberle envejecido y afeado tanto. Los cálidos hombros sobre los que se posaban sus manos se estremecían. Sentía piedad de aquella vida, tan bella todavía, y, sin embargo, tan próxima ya a marchitarse, sin duda como la suya propia. ¿Por qué le amaba tanto?. Siempre había parecido a las mujeres otra cosa de lo que era en realidad. No era a su verdadera persona a la que éstas amaban, sino a otra, creada por su imaginación y a la que buscaban ansiosamente, no obstante lo cual, descubierto el error, seguían amándole. Ni una sola había sido dichosa con él. Con el paso del tiempo las conocía y se despedía de ellas sin haber ni una sola vez amado. Ahora solamente, cuando empezaba a blanquearle el cabello, sentía por primera vez en su vida un verdadero amor.
El amor de Anna Sergueevna y el suyo era semejante al de dos seres cercanos, al de familiares, al de marido y mujer, al de dos entrañables amigos. Parecíale que la suerte misma les había destinado el uno al otro, resultándoles incomprensible que él pudiera estar casado y ella casada. Eran como el macho y la hembra de esos pájaros errabundos a los que, una vez apresados, se obliga a vivir en distinta jaula. Uno y otro se habían perdonado cuanto de vergonzoso hubiera en su pasado, se perdonaban todo en el presente y se sentían ambos transformados por su amor.
Antes, en momentos de tristeza, intentaba tranquilizarse con cuantas reflexiones le pasaban por la cabeza. Ahora no hacía estas reflexiones. Lleno de compasión, quería ser sincero y cariñoso.
—¡Basta ya, buenecita mía! —le decía a ella—. ¡Ya has llorado bastante! ¡Hablemos ahora y veamos si se nos ocurre alguna idea!
Después invertían largo rato en discutir, en consultarse sobre la manera de liberarse de aquella indispensabilidad de engañar, de esconderse, de vivir en distintas ciudades y de pasar largas temporadas sin verse.
“¿Cómo liberarse, en efecto, de tan insoportables tormentos? ¿Cómo? —se preguntaba él cogiéndose la cabeza entre las manos—. ¿Cómo?”
Y les parecía que pasado algún tiempo más la solución podría encontrarse. Que empezaría entonces una nueva vida maravillosa.
Ambos veían, sin embargo, claramente, que el final estaba todavía muy lejos y que lo más complicado y difícil no había hecho más que empezar.

Don Quijote de la Mancha


Don Quijote de la Mancha[a] es una novela escrita por el español Miguel de Cervantes Saavedra. Publicada su primera parte con el título de El ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha a comienzos de 1605, es una de las obras más destacadas de la literatura española y la literatura universal, y una de las más traducidas. En 1615 aparecería la segunda parte del Quijote de Cervantes con el título de El ingenioso caballero don Quixote de la Mancha.

Don Quijote fue la primera obra auténticamente anti-romance, gracias a su forma que desmitifica la tradición caballeresca y cortés. Representa la primera obra literaria que se puede clasificar como novela moderna y también la primera novela polifónica, y como tal, ejerció un influjo abrumador en toda la narrativa europea posterior


Estructura, génesis, contenido, estilo y fuentes:
La novela consta de dos partes: la primera, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, fue publicada en 1605; la segunda, Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, en 1615.[1]

La primera parte se imprimió en Madrid, en casa de Juan de la Cuesta, a fines de 1604. Salió a la venta en enero de 1605 con numerosas erratas, por culpa de la celeridad que imponía el contrato de edición. Esta edición se reimprimió en el mismo año y en el mismo taller, de forma que hay en realidad dos ediciones de 1605 ligeramente distintas. Se sospecha, sin embargo, que existió una novela más corta, que sería una de sus futuras Novelas ejemplares. Fue divulgada o impresa con el título El ingenioso hidalgo de la Mancha. Esa publicación se ha perdido, pues autores como Francisco López de Úbeda o Lope de Vega, entre otros testimonios, aluden a la fama de esta pieza. Tal vez circulaba manuscrita e, incluso, podría ser una primera parte de 1604. También el toledano Ibrahim Taybilí, de nombre cristiano Juan Pérez y el escritor morisco más conocido entre los establecidos en Túnez tras la expulsión general de 1609-1612, narró una visita en 1604 a una librería en Alcalá en donde adquirió las Epístolas familiares y el Relox de Príncipes de Fray Antonio de Guevara y la Historia imperial y cesárea de Pedro Mexía. En ese mismo pasaje se burla de los libros de caballerías de moda y cita como obra conocida el Don Quijote. Eso le permitió a Jaime Oliver Asín añadir un dato a favor de la posible existencia de una discutida edición anterior a la de 1605.

La inspiración de Cervantes para componer esta obra vino, al parecer, del llamado Entremés de los romances, que era de fecha anterior (aunque esto es discutido). Su argumento ridiculiza a un labrador que enloquece creyéndose héroe de romances. El labrador abandonó a su mujer, y se echó a los caminos, como hizo Don Quijote. Este entremés posee una doble lectura: también es una crítica a Lope de Vega; quien, después de haber compuesto numerosos romances autobiográficos en los que contaba sus amores, abandonó a su mujer y marchó a la Armada Invencible. Es conocido el interés de Cervantes por el Romancero y su resentimiento por haber sido echado de los teatros por el mayor éxito de Lope de Vega, así como su carácter de gran entremesista. Un argumento a favor de esta hipótesis sería el hecho de que, a pesar de que el narrador nos dice que Don Quijote ha enloquecido a causa de la lectura de libros de caballerías, durante su primera salida recita romances constantemente, sobre todo en los momentos de mayor desvarío. Por todo ello, podría ser una hipótesis verosímil. A este influjo se agregó el de Tirante el Blanco de Joanot Martorell, el del Morgante de Luigi Pulci y el del Orlando Furioso de Ludovico Ariosto.

La primera parte, en que se alargaba la previa «novela ejemplar», se repartió en cuatro volúmenes. Conoció un éxito formidable y fue traducida a todas las lenguas cultas de Europa. Sin embargo, no supuso un gran beneficio económico para el autor a causa de las ediciones piratas. Cervantes sólo reservó privilegio de impresión para el reino de Castilla, con lo que los reinos aledaños imprimieron Don Quijotes más baratos que luego venderían en Castilla. Por otra parte, las críticas de carácter neoaristotélico hacia la nueva fórmula teatral ensayada por Lope de Vega y el hecho de inspirarse en un entremés en que se le atacaba, supuso atraer la inquina de los lopistas y del propio Lope; quien, hasta entonces, había sido amigo de Cervantes. Eso motivó que, en 1614, saliera una segunda parte de la obra bajo el nombre de Alonso Fernández de Avellaneda. En el prólogo se ofende gravemente a Cervantes tachándole de envidioso, en respuesta al agravio infligido a Lope. No se tienen noticias de quién era este Alonso Fernández de Avellaneda. Un importante cervantista, Martín de Riquer, sospecha que fue otro personaje real, Jerónimo de Pasamonte, un militar compañero de Cervantes y autor de un libro autobiográfico, agraviado por la publicación de la primera parte, donde aparece como el galeote Ginés de Pasamonte. La novela no es mala y es posible, incluso, que se inspirara en la continuación que estaba elaborando Cervantes. Aun así, no es comparable a la que se imprimió poco después. Cervantes jugaría con el hecho de que el protagonista en su obra se entera de que existía un suplantador.


PRIMERA PARTE:
Empieza con un prólogo en el que se burla de la erudición pedantesca y con unos poemas cómicos, a manera de preliminares, compuestos en alabanza de la obra por el propio autor, quien lo justifica diciendo que no encontró a nadie que quisiera alabar una obra tan extravagante como ésta, como sabemos por una carta de Lope de Vega. En efecto, se trata de, como dice el cura, una «escritura desatada» libre de normativas que mezcla lo «lírico, épico, trágico, cómico» y donde se entremeten en el desarrollo historias de varios géneros, como por ejemplo: Grisóstomo y la pastora Marcela, la novela de El curioso impertinente, la historia del cautivo, el discurso sobre las armas y las letras, el de la Edad de Oro, la primera salida de Don Quijote solo y la segunda con su inseparable escudero Sancho Panza (la segunda parte narra la tercera y postrera salida).

La novela comienza describiéndonos a un tal Alonso Quijano, hidalgo pobre, que enloquece leyendo libros de caballerías y se cree un caballero medieval. Decide armarse como tal en una venta, que él ve como castillo. Le suceden toda suerte de cómicas aventuras en las que el personaje principal, impulsado en el fondo por la bondad y el idealismo, busca «desfacer agravios» y ayudar a los desfavorecidos y desventurados. Persigue un platónico amor por una tal Dulcinea del Toboso; que es, en realidad, una moza labradora «de muy buen parecer»: Aldonza Lorenzo. El cura del lugar somete la biblioteca de Don Quijote a un expurgo, y quema parte de los libros que le han hecho tanto mal. Don Quijote lucha contra unos gigantes, que no son otra cosa que molinos de viento. Vela en un bosque donde cree que hay otros gigantes que hacen ruido; aunque, realmente, son sólo los golpes de unos batanes. Tiene otros curiosos incidentes como el acaecido con un vizcaíno pendenciero, con unos rebaños de ovejas, con un hombre que azota a un mozo y con unos monjes benitos que acompañan un ataúd a su sepultura en otra ciudad. Otros cómicos episodios son el del bálsamo de Fierabrás , el de la liberación de los traviesos galeotes; el del Yelmo de Mambrino que cree ver en la bacía de barbero y el de la zapatiesta causada por Maritornes y Don Quijote en la venta, que culmina con el manteamiento de Sancho Panza. Finalmente, imitando a Amadís de Gaula, decide hacer penitencia en Sierra Morena. Terminará siendo apresado por sus convecinos y devuelto a su aldea en una jaula.

En todas las aventuras, amo y escudero mantienen amenas conversaciones. Poco a poco, revelan sus personalidades y fraguan una amistad basada en el mutuo respeto.

Dedicó esta parte a Alfonso López de Zúñiga y Pérez de Guzmán, VI duque de Béjar


SEGUNDA PARTE :
En el prólogo, Cervantes se defiende irónicamente de las acusaciones del lopista Avellaneda y se lamenta de la dificultad del arte de novelar. En la novela se juega con diversos planos de la realidad al incluir, dentro de ella, la edición de la primera parte de Don Quijote y, posteriormente, la de la apócrifa Segunda parte, que los personajes han leído. Cervantes se defiende de las inverosimilitudes que se han encontrado en la primera parte, como la misteriosa reaparición del rucio de Sancho después de ser robado por Ginés de Pasamonte y el destino de los dineros encontrados en una maleta de Sierra Morena, etc.

La obra empieza con el renovado propósito de Don Quijote de volver a las andadas y sus preparativos para ello. Promete una ínsula a su escudero a cambio de su compañía. Ínsula que le otorgan unos duques interesados en burlarse del escudero con el nombre de Barataria. Sancho demuestra tanto su inteligencia en el gobierno de la ínsula como su carácter pacífico y sencillo. Así, renunciará a un puesto en el que se ve acosado por todo tipo de peligros y por un médico, Pedro Recio de Tirteafuera, que no le deja probar bocado. Siguen los siguientes episodios:

Unos actores van a representar en un carro el auto de Las Cortes de la Muerte.
El descenso a la Cueva de Montesinos, donde el caballero se queda dormido y sueña todo tipo de disparates que no llega a creerse Sancho Panza (es una parodia de un episodio de la primera parte del Espejo de Príncipes y Caballeros y de los descensos a los infiernos de la épica, y para Rodríguez Marín se constituye en el episodio central de toda la segunda parte).
El episodio del rebuzno, el del barco encantado, el de la cabeza parlante, el de los postergados azotes de Sancho, el de Roque Guinart y sus bandoleros catalanes, el de la colgadura de Don Quijote, el del Clavileño, entre otros.
La final derrota del gran manchego en la playa de Barcelona ante el Caballero de la Blanca Luna, que es en realidad el bachiller Sansón Carrasco disfrazado. Éste le hace prometer que regresará a su pueblo y no volverá a salir de él como caballero andante. Así lo hace Don Quijote, quien piensa, por un momento, en sustituir su obsesión por la de convertirse en un pastor como los de los libros pastoriles.
Don Quijote retorna, al fin, a la cordura. Enferma y muere de pena entre la compasión y las lágrimas de todos. Mientras se narra la historia, se entremezclan otras muchas que sirven para distraer la atención de las intrigas principales. Tienen lugar las divertidas y amenas conversaciones entre caballero y escudero, en las que se percibe cómo Don Quijote va perdiendo sus ideales progresivamente, influido por Sancho Panza. Va transformándose también su autodenominación, pasando de Caballero de la Triste Figura al Caballero de Los Leones. Por el contrario, Sancho Panza va asimilando los ideales de su señor, que se transforman en una idea fija: llegar a ser gobernador de una ínsula.


EL REALISMO DE DON QUIJOTE:
La primera parte supone un avance considerable en el arte de narrar. Constituye una ficción de segundo grado, es decir, el personaje influye en los hechos. Lo habitual en los libros de caballerías hasta entonces era que la acción importaba más que los personajes. Éstos eran traídos y llevados a antojo, dependiendo de la trama (ficciones de primer grado). Los hechos, sin embargo, se presentan poco entrelazados entre sí. Están encajados en una estructura poco homogénea, abigarrada y variada, típicamente manierista, en la que pueden reconocerse entremeses apenas adaptados, novelas ejemplares insertadas, discursos, poemas, etc.

La segunda parte es más barroca que manierista. Representa un avance narrativo mucho mayor de Cervantes en cuanto a la estructura novelística: los hechos se presentan amalgamados más estrechamente y se trata ya de una ficción de tercer grado. Por primera vez en una novela europea, el personaje transforma los hechos y al mismo tiempo es transformado por ellos. Los personajes evolucionan con la acción y no son los mismos al empezar que al acabar.

Como primera novela verdaderamente realista, al regresar Don Quijote a su pueblo, asume la idea de que no sólo no es un héroe, sino que no hay héroes. Esta idea desesperanzada e intolerable, similar a lo que sería el nihilismo para otro cervantista, Dostoyevski, matará al personaje que era, al principio y al final, Alonso Quijano, conocido por el sobrenombre de El Bueno



Originalidad:
En cuanto a obra literaria, puede decirse que es, sin duda alguna, la obra maestra de la literatura de humor de todos los tiempos. Además es la primera novela moderna y la primera novela polifónica, y ejercerá un influjo abrumador en toda la narrativa europea posterior.

En primer lugar, aportó la fórmula del realismo, tal como había sido ensayada y perfeccionada en la literatura castellana desde la Edad Media. Caracterizada por la parodia y burla de lo fantástico, la crítica social, la insistencia en los valores psicológicos y el materialismo descriptivo.

En segundo lugar, creó la novela polifónica, esto es, la novela que interpreta la realidad, no según un solo punto de vista, sino desde varios puntos de vista superpuestos al mismo tiempo. Torna la realidad en algo sumamente complejo, pues no sólo intenta reproducirla, sino que en su ambición pretende incluso sustituirla. La novela moderna, según la concibe el Quijote, es una mezcla de todo. Tal como afirma el propio autor por boca del cura, es una «escritura desatada»: géneros épicos, líricos, trágicos, cómicos, prosa, verso, diálogo, discursos, chistes, fábulas, filosofía, leyendas... y la parodia de todos estos géneros.

La voraz novela moderna que representa el Quijote intenta sustituir la realidad, incluso, físicamente: alarga más de lo acostumbrado la narración y transforma, de esa manera, la obra en un cosmos.


TECNICAS NARRATIVAS:
En la época de Cervantes, la épica se podía escribir también en prosa. Las técnicas narrativas que ensaya Cervantes en esta novela son varias:

La recapitulación o resumen periódico cada cierto tiempo de los acontecimientos, a fin de que el lector no se pierda en una narración tan larga.
El contraste entre lo idealizado y lo real, que se da a todos los niveles. Por ejemplo, en el estilo, que a veces aparece pertrechado con todos los elementos de la retórica y otras veces aparece rigurosamente ceñido a la imitación del lenguaje popular.

También está el contraste entre los personajes, a los que Cervantes gusta de colocar en parejas, a fin de que cada uno le ayude a construir otro diferente mediante el diálogo. Un diálogo en el que los personajes se escuchan y se comprenden, ayudándoles a cambiar su personalidad y perspectiva: don Quijote se sanchifica y Sancho se quijotiza. Si el señor se obsesiona con ser caballero andante, Sancho se obsesiona con ser gobernador de una ínsula. Tan desengañados llegan a estar el uno como el otro. A la inversa, don Quijote va siendo cada vez más consciente de lo teatral y fingido de su actitud. Por ejemplo, a raíz de su ensoñación en la cueva de Montesinos, Sancho se burlará de él el resto del camino. Esta mezcla y superposición de perspectivas se denomina perspectivismo.
El humor es constante en la obra. Es un humor muy especial: respetuoso con la dignidad humana de los personajes.
Una primera forma de contrapunto narrativo: una estructura compositiva en forma de tapiz, en la que las historias se van sucediendo unas a otras, entrelazándose y retomándose continuamente.
La suspensión, esto es, la creación de enigmas que «tiran» de la narración y del interés del lector hasta su resolución lógica, cuando ya se le ha formulado otro enigma para continuar más allá.
La parodia lingüística y literaria de géneros, lenguajes y roles sociales como fórmula para mezclar los puntos de vista hasta ofrecer la misma visión confusa que suministra la interpretación de lo real.
La oralidad del lenguaje cervantino, vestigio de la profunda obsesión teatral de Cervantes, y cuya viveza aproxima extraordinariamente al lector a los personajes y al realismo facilitando su identificación y complicidad con los mismos.
El perspectivismo, que ya se ha señalado, hace que cada hecho sea descrito por cada personaje en función de una cosmovisión distinta, y con arreglo a ello la realidad se torna súbitamente compleja y rica en sugestiones.
Simula imprecisiones en los nombres de los personajes y en los detalles poco importantes, a fin de que el lector pueda crearse su propia imagen en algunos aspectos de la obra y sentirse a sus anchas en la misma, suspendiendo su sentido crítico.
Utiliza juegos metaficcionales a fin de difuminar y hacer desaparecer la figura del autor del texto por medio de continuos intermediarios narrativos (Cide Hamete Benengeli, los supuestos Anales de la Mancha, etc.) que hacen, así, menos literaria y más realista la obra desproveyéndola de su carácter perfecto y acabado